El atractivo de Miami durante la pandemia dispara los precios de las viviendas

María Ruby no sabe dónde vivirá en unos días. En diciembre, los propietarios de su edificio anunciaron que el alquiler iba a subir un 65% a partir de febrero. Su situación ilustra un efecto inesperado de la pandemia en Miami: uno de los mayores aumentos de los precios inmobiliarios en Estados Unidos.

El área metropolitana de Miami, en el sur del estado de Florida (sureste), ya era un destino atractivo antes del arribo del COVID-19, con su buen clima, sus playas de arena blanca y su ausencia de impuestos sobre la renta. Una ciudad global, especialmente interesante para los compradores e inversores latinoamericanos y europeos.

Pero la pandemia acentuó el fenómeno. Los duros confinamientos impuestos en otras ciudades de Estados Unidos y el consecuente auge del teletrabajo, que permitió a la gente ejercer su oficio desde cualquier lugar, llevaron a muchos a mudarse al sur de Florida.

Esas personas, procedentes sobre todo de lugares del noreste del país, como Nueva York, Boston o Connecticut, y del estado de California (oeste), se encontraron allí con precios más baratos que en sus ciudades de origen y con unas autoridades que permitieron una rápida reapertura de la economía.

“La gente empezó a llegar en manada”, recuerda Jennifer Wollmann, presidenta del consejo de administración de la Asociación de Agentes Inmobiliarios de Miami. “Nuestro clima, nuestro estado pronegocios y nuestros espacios abiertos fueron muy atractivos para personas que llegaban de estados donde hacía frío y estaban confinados”, asegura.

Las consecuencias no se hicieron esperar. La llegada de esos nuevos habitantes, con empleos mejor remunerados que en el sur de Florida, hizo aumentar fuertemente los precios de las rentas.

Según un estudio del portal inmobiliario Realtor.com publicado en diciembre, el área metropolitana de Miami fue la zona de Estados Unidos donde más subieron los alquileres en el último año. La mediana de alquileres se situó así en noviembre en US$ 2,800 mensuales, un 44% más que en el mismo mes del 2020.

“No sé qué va a ser de nosotros”

Para personas como María Ruby, de 57 años, los efectos han sido desastrosos. Esta cajera de comercio lleva un cuarto de siglo viviendo en un apartamento situado en un bloque de 20 viviendas en Hialeah, una ciudad contigua a Miami donde la mayoría de la población es de origen cubano.

Los nuevos dueños del edificio, la compañía Eco Stone Group, anunciaron a todos los inquilinos que ahora tendrían que pagar US$ 1,650 de renta -en vez de US$ 1,000- o marcharse.

Con un sueldo de US$ 14 por hora, María Ruby, que vive con su hija y su yerno, sabe que no podrá pagar. “No podemos ya ni dormir tranquilos”, lamenta. “No sé qué va a ser de nosotros”, sentenció.

La explosión de la demanda en Miami sorprendió incluso a expertos como Ned Murray, profesor de Economía de la Universidad Internacional de Florida. “Fue algo sin precedentes”, indica sobre ese fenómeno, que afectó también a las ventas de viviendas.

Un índice del portal inmobiliario RealtyHop sitúa a Hialeah como el quinto mercado inmobiliario menos asequible de Estados Unidos. Según sus estimaciones, si una familia con ingresos medianos de la ciudad quiere comprar una vivienda, deberá gastar el 57.94% del dinero ganado cada año para pagar la propiedad.

En el segundo lugar de esa lista está Miami, por detrás de Nueva York.

Para Murray, es necesario aumentar la oferta inmobiliaria, demasiado escasa; y a más largo plazo, diversificar la economía local, basada en los servicios, para generar puestos de mayor remuneración.

La semana pasada, María Ruby y su hija fueron a manifestarse delante de la sede de Eco Stone Group, en el lujoso barrio miamense de Brickell, para exigir una solución.

Los inquilinos de Hialeah quieren negociar un alza menor de las rentas, hasta los US$ 1,200, por al menos seis meses. Pero aseguran que la compañía, que no quiere hacer comentarios a la prensa, se niega a hablarles.

Ese día, madre e hija no tuvieron suerte, la policía les impidió acercarse a la entrada del rascacielos del grupo. “Es una propiedad privada”, les dijeron tajantemente.

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